Juan 2.23–25
Mientras estaba en Jerusalén, en la fiesta de la Pascua, muchos creyeron en su nombre al ver las señales que hacía. Pero Jesús mismo no se fiaba de ellos, porque los conocía a todos; y no necesitaba que nadie le explicara nada acerca del hombre, pues él sabía lo que hay en el hombre.
Qué fácil resulta para nosotros ser arrastrados por el entusiasmo momentáneo de las personas. Cuando vemos a personas responder con fervor a la proclamación de la Palabra, ofreciendo votos de entrega y renovado compromiso, se apodera de la iglesia una especie de fervor masivo. Afirmamos que Dios nos ha visitado o que hemos visto un gran mover del Espíritu en nuestro medio. Es, quizás, por esta razón que se ha convertido en un estilo, para muchos predicadores, llevar a las personas a manifestar su aprobación de la Palabra con decisiones públicas.